- Por Tomás Saieg, jefe de la Oficina de Economía Circular del Ministerio de Medio Ambiente.
La industria textil, una de las más contaminantes del planeta, enfrenta un desafío urgente: la adopción de un modelo circular que reemplace la lógica de extraer, producir, consumir y desechar por una basada en la responsabilidad y la sostenibilidad.
A nivel global, la producción de textiles genera un total de 1,2 billones de toneladas de Gases de Efecto Invernadero (GEI) anualmente, según reportes de la Fundación Ellen Mac Arthur, lo que equivale a una emisión mayor que las generadas por el transporte marítimo y los vuelos internacionales combinados. Este mismo reporte estima que la producción de textiles se ha duplicado en los últimos 15 años, mientras que la duración promedio de las prendas ha disminuido notablemente, siendo un porcentaje importante descartado en menos de un año de uso.
Reportes de Global Fashion Agenda y Boston Consulting Group señalan que una prenda promedio se usa sólo diez veces antes de ser desechada, al mismo tiempo que menos del 1% de todos los materiales de las prendas se reciclan en prendas nuevas.
Si vamos al plano local, Chile es uno de los países que más ropa consume en Latinoamérica. En los últimos años, la compra de vestuario ha aumentado, existiendo encuestas que indican que se ha pasado de 13 prendas en promedio en 2015 a 50 en el 2020. Además, se estima que en el país se generan 572.118,9 toneladas anuales de residuos textiles, que representan alrededor del 7% de los residuos sólidos urbanos por habitante, según el Informe del Estado del Medio Ambiente (IEMA) 2020.
La economía circular propone un cambio radical en la forma de producir y consumir textiles. Se trata de prevenir la generación de residuos desde el diseño, aumentando la calidad y durabilidad de las prendas, promover la reutilización y la reparación, y si no es posible lo anterior, reciclar los textiles que ya no pueden usarse, evitando la generación de residuos textiles y su disposición en rellenos sanitarios, o peor incluso su fuga al medio ambiente.
Los beneficios de la economía circular en la industria textil son numerosos. Incluyen la reducción del consumo de recursos naturales y de emisiones de gases de efecto invernadero, la prevención de la contaminación del suelo y agua por residuos textiles mal gestionados, y la creación de empleos en áreas como la reparación y el reciclaje.
Actualmente, tanto a nivel nacional como internacional existe un creciente reconocimiento de los impactos y desafíos ambientales y sociales asociados a la producción y consumo de textiles, la necesidad de colaboración entre todos los actores de la cadena de valor del sector textil, la importancia de regulaciones que aborden la calidad de los textiles y gestión de residuos, el desarrollo de tecnologías innovadoras, entre otros.
En julio de 2023, el Ministerio del Medio Ambiente inició el proceso de elaboración de la Estrategia de Economía Circular para Textiles, que busca orientar acciones y articular esfuerzos para prevenir y reducir la generación de residuos, prolongar la vida útil de los recursos textiles y fortalecer el ecosistema local textil. Este proceso se ha hecho participativamente, colaborando diversas entidades, como reparticiones públicas, el sector privado, la sociedad civil, organizaciones internacionales y la academia.
La propuesta de estrategia, que prontamente será sometida a consulta pública, invita a la colaboración de todos los sectores para la transición hacia una economía circular en el sector textil. Propone iniciativas de concientización, educación ambiental y desarrollo de competencias relacionadas con la reparación y reutilización. También incluye acciones para fomentar la innovación en el sector, para el desarrollo de infraestructura a nivel local, la gestión de residuos en situaciones de catástrofe y regulaciones para la importación de prendas de segunda mano, promover la reutilización y evitar el greenwashing o lavado verde de imagen.
De esta forma, la economía circular ofrece un camino hacia una industria textil más sostenible, pero requiere la colaboración de todas y todos los actores involucrados. El compromiso del Estado, las empresas, la academia y la participación activa de la sociedad son fundamentales para lograr este objetivo y garantizar un futuro más sostenible para todos.