Ricardo Bosshard, director de WWF Chile.
No hay dudas respecto a que el cambio climático es una de las grandes amenazas del presente para la humanidad. Durante la última década científicos, académicos, ONGs, comunidades, los jóvenes y también gobiernos, privados y sociedad civil han logrado posicionar este fenómeno originado por las actividades humanas como uno de los puntos prioritarios que se deben abordar si es que no queremos ver gravemente afectada nuestra forma de vida.
Con este envión el mundo avanzó en consensos, como el histórico Acuerdo de París contra el cambio climático, suscrito en 2015 y firmado por 175 países. Lamentablemente, por estos días un nuevo reporte de la oficina del clima de la ONU muestra que con los actuales compromisos, las Contribuciones Nacionalmente Determinadas o NDCs, el planeta no logrará mantener el aumento de temperatura bajo 1.5°, sino que incluso llegaría a 2.5° a fines de siglo.
Alarmante, sobre todo porque el escenario previsto en dichas condiciones es catastrófico.
A pesar de todo, la esperanza se mantiene y en los días previos a la conferencia del clima COP27 de Egipto, los llamados a aumentar la ambición de los compromisos nacionales se multiplican.
Sin embargo, hay otra grave amenaza que se cierne sobre la naturaleza y los seres humanos que sigue agudizándose, pero donde aún se requiere dar pasos multilaterales para abordarla en conjunto. Me refiero a la acelerada pérdida de biodiversidad, patente en las cifras que recientemente sacó a la luz el Informe Planeta Vivo 2022 de WWF. Éste indica que entre 1970 y 2018 se produjo una pérdida de poblaciones de mamíferos, aves, reptiles, anfibios y peces en un promedio de 69%. El número de este descenso es más preocupante para Latinoamérica, con una caída del 94%.
Una naturaleza sana es clave para la vida humana, tanto en lo que respecta a fauna como a flora. Provee diversos servicios ecosistémicos como la purificación del aire y la provisión de agua y alimento. Hay vertebrados con tareas cruciales como depredadores naturales, controlando plagas, lo que tiene incidencia en la agricultura y la alimentación, pero también en la salud humana. Otros aportes tienen que ver con el proceso de polinización, donde las aves y otros animales juegan un rol importante, además de insectos como las abejas.
Como WWF entendemos que la emergencia climática y la pérdida de naturaleza son crisis interrelacionadas. Si bien hoy el cambio de uso de suelo es una de las causas principales de la caída de biodiversidad, si no logramos limitar el aumento de temperatura a 1.5°C, es probable que el cambio climático se convierta en la principal causa de pérdida de especies silvestres en las próximas décadas. Este incremento de las temperaturas ya está generando fenómenos gravísimos y extinción de especies. Se visualiza que cada grado de calentamiento aumentará este declive y también su impacto en las personas.
Por otro lado, la pérdida de espacios naturales agudiza los impactos climáticos y, además, la desaparición o degradación de bosques aumenta las emisiones de gases de efecto invernadero, causantes del cambio climático, y aumenta la vulnerabilidad frente a él.
En diciembre próximo tendrá lugar en Montreal la COP15 de biodiversidad, conferencia en la que esperamos que los países lograr un mecanismo ambicioso y urgente -tal vez un símil al Acuerdo de París en lo climático- para avanzar en el resguardo de la naturaleza a nivel global, apuntando a la conservación del 30% de los territorios y océanos al 2030. Porque sin una biodiversidad sana no podemos aspirar a un clima estable ni a un bienestar duradero para personas y comunidades.